“Libre”, pero para saquear: el precio de la doble moral política

Opiniones

Por años, el Partido LIBRE prometió ser el salvavidas moral de una nación hundida en la corrupción. Con pancartas de justicia, promesas de transparencia y arengas contra la narcodictadura, lograron convencer a un pueblo cansado de los mismos de siempre.

Pero el telón cayó, y tras bambalinas, el espectáculo resultó ser el mismo, solo que con nuevos protagonistas y viejos vicios.

Hoy, a seis meses de que termine su mandato la presidenta Xiomara Castro, el gobierno que prometía ser diferente tiene las manos manchadas por los mismos pecados que criticó. ¿Recuerdan el narcovideo de septiembre de 2024?

Sí, aquel donde el cuñado presidencial y secretario del Congreso Nacional, Carlos Zelaya, aparecía negociando con narcotraficantes a cambio de jugosas contribuciones para financiar la campaña de su cuñadita. ¿Y a cambio de qué? ¿De puestos? ¿De impunidad? ¿De territorio político? La historia no lo aclara, pero el hedor a podredumbre es inconfundible.

Pero la saga no termina ahí. Como si fuera una tragicomedia nacional, una diputada —¡del mismo partido!— destapa ahora otra olla podrida: diputados desviando fondos públicos para hacer política sucia o engordar sus bolsillos.

El caso de Isis Cuéllar, vicepresidenta del Congreso, es apenas la puntita del iceberg. Porque debajo del agua, bien enterrados en el sistema, parece estar la élite de un partido que juró ser el abanderado del cambio.

Y ante esto, ¿qué hace LIBRE? La hija de la presidenta, en su rol de vocera oficial, anuncia medidas. Medidas tibias, simbólicas, teatrales.

La militancia radical, esa que aplaude hasta el absurdo, calla, justifica o acusa a los medios de “guerra mediática”. Porque claro, es más fácil culpar al mensajero que al corrupto que se roba la beca, el puente o la medicina.

Mientras tanto, el país sigue endeudado, los hospitales sin insumos, las carreteras destruidas, las escuelas cayéndose a pedazos. ¿Y los resultados? Brillan por su ausencia. Pero eso sí, hay propaganda, viajes, fiestas y cadenas nacionales para explicar por qué todo va mal, menos para los de arriba.

Es hora de que la clase política —toda— entienda algo: el pueblo hondureño está harto. Harto de ser burlado, saqueado, manipulado. Harto de gobiernos que prometen refundación y entregan desilusión. Honduras no aguanta más payasos disfrazados de estadistas ni redentores que terminan como verdugos.

Y mientras la justicia siga siendo un bufón al servicio del poder, y no el martillo que castiga al corrupto, nada cambiará.

Pero recuerden esto: las urnas no olvidan. Y en noviembre, el juicio del pueblo puede ser más duro que cualquier video filtrado.
Porque el que prometió ser diferente, y terminó siendo igual o peor, merece el peor castigo político: el repudio de la historia.