Durante décadas, Olanchito fue un territorio políticamente predecible. Liberal por tradición, permeado en los últimos años por el discurso de Libre, este municipio del Valle del Aguán parecía condenado a repetir una misma historia electoral.

Sin embargo, las elecciones generales del pasado 30 de noviembre marcaron un punto de quiebre: Olanchito dejó de ser un bastión heredado y se convirtió, contra todos los pronósticos, en uno de los fortines más sólidos del nacionalismo en Honduras.
Los números no admiten interpretaciones caprichosas. Olanchito se colocó como el tercer municipio del país que mayor diferencia de votos otorgó a Nasry “Papi a la Orden” Asfura sobre su más cercano contendiente, Salvador Nasralla, con 6,061 votos de ventaja.
Solo Tegucigalpa, con 45,862 votos de diferencia, y Danlí, con 8,141, superaron esa racha. La cifra adquiere mayor peso si se considera que Olanchito ocupa el puesto 17 en población a nivel nacional, muy lejos del tamaño electoral de la capital.
Este giro no fue espontáneo ni accidental. Tiene nombre y apellido: Juan Carlos Molina Puerto. El actual alcalde nacionalista no solo consolidó una estructura territorial eficaz, sino que logró algo aún más complejo: revertir una cultura política arraigada, conectar con sectores tradicionalmente adversos al Partido Nacional y traducir gestión municipal en confianza electoral.

En Olanchito, el nacionalismo dejó de ser consigna para convertirse en resultado.
El fenómeno de la ciudad cívica no es menor. En un país profundamente polarizado, donde la narrativa del conflicto ha sustituido al debate de propuestas, Olanchito votó en bloque por estabilidad, previsibilidad y liderazgo. No se trató únicamente de una victoria partidaria, sino de una señal política: el electorado puede cambiar cuando percibe orden, cercanía y ejecución.
Para Nasry Asfura, este resultado representa mucho más que una estadística favorable. Olanchito se transforma en un compromiso político y moral. La tierra que apostó de manera contundente por su proyecto espera respuestas concretas. Infraestructura, empleo, seguridad y desarrollo económico ya no son promesas abstractas, sino exigencias legítimas de un municipio que jugó fuerte y espera reciprocidad.
Y en ese escenario, la figura de Molina Puerto cobra dimensión nacional. Su nombre comienza a mencionarse no solo como alcalde exitoso, sino como un actor clave en la proyección institucional del municipalismo hondureño, con aspiraciones claras a la presidencia de la AMHON. Olanchito, otra vez, deja de ser periferia y se coloca en el centro del tablero político.
La historia reciente demuestra que los bastiones no son eternos, pero sí decisivos. Olanchito eligió cambiar. Ahora le corresponde al poder central honrar esa decisión. Porque cuando un municipio rompe con su pasado y redefine su rumbo, el país entero debería tomar nota.

