En su reciente visita a Olanchito, la candidata presidencial del Partido Libertad y Refundación (LIBRE), Rixi Moncada, decidió no predicar, sino arremeter. Pero no contra la corrupción rampante, ni contra el crimen que desangra el país. Su blanco preferido: los cristianos, en especial la feligresía católica. Sí, aquellos que aún creen en rezar el rosario y no en rendirle culto al Estado.

Y es que hay una extraña paradoja en quienes se autoproclaman defensores del “Estado laico” pero no pierden oportunidad para meterse hasta en los altares con discursos cargados de odio, resentimiento y lecturas ideológicas del Evangelio. ¡Oh, ironía sagrada! Al parecer, en la visión de Moncada, la moral cristiana es un obstáculo y no una brújula.
Recordé entonces una frase que alguna vez me dijo Juan Ramón Martínez: “Es que muchos católicos dejan la religión en la casa y para los domingos. La moral cristiana les es desconocida. Por eso los engañan”. Y tal vez tiene razón. Porque si realmente saliéramos a votar con la misma convicción con la que salimos a misa o al culto, otra sería la historia.
Rixi, como buena profetisa del socialismo del siglo XXI, no perdió el púlpito prestado para sembrar cizaña entre la fe y la política. Lo curioso es que ella misma, con su prédica de confrontación y manipulación, parece estar más cerca del Antiguo Testamento cuando caían rayos y centellas, que del mensaje de amor, reconciliación y justicia social que predica el Nuevo.
A los cristianos no nos define un partido, nos define una fe. Y esa fe nos impulsa a defender la vida, la verdad, la libertad de expresión, la familia y el respeto a los valores que han sido pilares de esta nación, incluso cuando quienes hoy gobiernan quieren reescribir la historia desde sus laboratorios de resentimiento ideológico.
¿Es acaso pecado exigir transparencia, honestidad y buen gobierno? ¿O es blasfemia denunciar los pactos oscuros, los contratos dudosos y los discursos hipócritas? Porque si algo está claro es que en nombre del “pueblo” se han hecho pactos con quienes nunca han pisado un templo, pero sí muchas veces los tribunales.
Y mientras la candidata de LIBRE sataniza a los cristianos, la iglesia —esa que según ella no debe meterse en política— sigue alimentando al hambriento, cuidando al enfermo y enseñando valores a los jóvenes que el Estado ha olvidado.
La política sin moral es puro cinismo. La fe sin acción es ritual vacío. Pero cuando la fe actúa con valentía en la esfera pública, se convierte en la conciencia incómoda de quienes quieren poder sin principios.
A Rixi Moncada le diríamos: no subestime la fe del pueblo. Porque cuando la política se divorcia de la ética, y el poder se endiosa, es la fe —sí, la misma que usted atacó— la que recuerda que por encima de los gobiernos está Dios, y por encima de los discursos, la conciencia.
Posdata bíblica (por si algún asesor de campaña necesita una catequesis exprés):
Muchos políticos, cuando se sienten señalados por las iglesias o por la conciencia ciudadana, sacan del bolsillo —como si fuera una carta de monopolio— aquella célebre frase: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. La usan como quien cita un salmo para justificar que los cristianos se queden calladitos mientras ellos hacen y deshacen desde el púlpito del poder.
Pero lo que no entienden —porque leer la Biblia entera parece que no es parte del plan de gobierno— es que Jesús no estaba separando el alma del civismo, ni diciendo “cristianos, prohíbanse opinar sobre la política”. Al contrario, con esa frase estaba denunciando la hipocresía de quienes usaban la religión para manipular, y les recordaba que hay cosas que pertenecen al César (como los impuestos) y otras que pertenecen a Dios (como la justicia, la verdad y la dignidad humana).
Así que, señora Moncada, si lo que quiere es cobrar impuestos, quédese con las monedas del César. Pero no intente quedarse con la conciencia del pueblo, porque esa —le guste o no— le pertenece a Dios. Y ahí, ni aunque gobierne cuatro años más… o cuatro eternidades.
Amén… y a las urnas…