Ciudad del Vaticano – 23 de abril de 2025.
La Plaza de San Pedro permanece iluminada más allá de la medianoche. En su interior, la basílica vaticana acoge la capilla ardiente del papa Francisco, fallecido el pasado lunes a los 88 años, y miles de fieles continúan desfilando en silencio frente a su féretro, convertido ya en símbolo de una despedida sin precedentes.

El ataúd, de madera sencilla y cubierto con paramentos morados, yace a los pies del baldaquino de Bernini, vigilado por la Guardia Suiza. A su alrededor, un mar de emociones y devoción sin pausas ni horarios. Tal ha sido la afluencia, que la Santa Sede ordenó mantener las puertas abiertas de la basílica hasta la madrugada, permitiendo el paso de miles de personas que hacen fila durante horas para darle el último adiós al “papa de la gente”.
Las filas serpentean desde la Plaza Pío XII, donde la espera se vuelve más dura con la caída de la noche. A pesar del frío, nadie se va. “Llevo casi tres horas, pero él lo merece”, dice Edgar Coronado, un peruano que vive en Roma. Como él, muchos se santiguan, otros lloran en silencio, y algunos apenas alcanzan a murmurar una oración. Todos coinciden en lo mismo: valía la pena esperar.

La multitud es tan inmensa que la policía y Protección Civil han desplegado un operativo especial para ordenar el ingreso. Mientras tanto, estudiantes, turistas, religiosos y ciudadanos comunes se funden en una fila lenta, emocionada y determinada. “Es duro, pero Francisco fue especial”, dice Mary, una joven californiana.
Los fieles entran por la Puerta Santa, abierta por el Jubileo, símbolo de redención que hoy también sirve de umbral para el último encuentro con un pontífice que tocó millones de almas.
Dentro, la atmósfera es solemne. El tiempo parece detenerse mientras los fieles avanzan bajo la mirada de los santos de piedra, hasta llegar al féretro, donde el papa reposa con su habitual sencillez: mitra blanca, rosario entre las manos, y los mismos zapatos negros con los que siempre caminó como pastor de todos.
El papa que predicó con el ejemplo, que llamó a tender puentes, que defendió a los más vulnerables, ahora es llorado en la misma basílica donde se consagró su legado. Francisco reposa. Pero el pueblo que tanto amó aún no termina de decirle adiós.
