Trump, Tito Asfura y el mensaje que Honduras no puede ignorar

Opiniones

En política internacional abundan los silencios calculados. Por eso, cuando un presidente de Estados Unidos —y uno de los líderes más influyentes del mundo— rompe ese silencio para hablar de Honduras, la región presta atención.

Donald Trump, figura decisiva para millones y adversario declarado de los regímenes autoritarios del siglo XXI, ha pedido abiertamente a los hondureños votar por Nasry “Tito” Asfura. El respaldo no es casual, ni protocolario, ni simbólico. Es una advertencia.

Honduras llega a estas elecciones en un punto de quiebre. Tras años de polarización, deterioro institucional, violencia y una economía que se contrae para las mayorías mientras se expande para unos pocos aliados del poder, el país enfrenta una decisión que va mucho más allá de elegir a un nuevo presidente. En juego está la orientación política de toda una generación.

Y la advertencia de Trump, desde la mirada pragmática que se le reconoce, deja claro qué ve en el horizonte: la expansión silenciosa del proyecto comunista en América Latina.

Trump no es un académico ni un diplomático tradicional. Es un lector feroz de las correlaciones de poder. Cuando habla de “avance comunista”, lo hace a partir de un patrón reconocible: el desgaste institucional que inicia con discursos de justicia tributaria, continúa con el control político de las instituciones clave, y termina con la normalización del autoritarismo disfrazado de justicia social.

La historia reciente de Venezuela, Nicaragua y Cuba es testigo de ese proceso.

Al respaldar a Tito Asfura, Trump traza una línea divisoria que muchos hondureños ven, pero pocos se atreven a señalizar: en estas elecciones, una parte del país está decidida a empujar a Honduras hacia un modelo económico estatizado, dependiente y hostil a la inversión privada; la otra, encabezada por Asfura, apuesta por la estabilidad, la moderación y la defensa de los valores democráticos que han permitido a Honduras mantenerse a flote en medio de las crisis.

No se trata de simplificar la política hondureña a izquierda y derecha. Se trata de distinguir entre dos visiones irreconciliables: una donde la libertad económica se diluye para favorecer proyectos ideológicos, y otra donde la libre empresa, la modernización y la cooperación internacional siguen siendo herramientas esenciales para combatir la pobreza.

Trump entiende —como lo entiende cualquier analista serio— que Honduras no está blindada contra el contagio ideológico. Las redes de apoyo entre gobiernos autoritarios de la región son reales y activas; su influencia no depende de misiles, sino de narrativas, financiamiento político y control institucional. Lo que está en disputa este 30 de noviembre no es solo un cambio de administración, sino el rumbo estructural de la nación.

Tito Asfura no es un líder estridente ni un agitador ideológico. Y precisamente por eso, su candidatura emerge como una barrera de contención. Su apuesta es técnica, municipalista, pragmática: obras, agua, infraestructura, empleo. Frente a un modelo que promete transformar la economía desde el control estatal, Asfura propone fortalecerla desde la productividad y la estabilidad.

Mientras algunos enarbolan discursos de lucha contra las élites, él se enfoca en resolver problemas que afectan a millones.
Trump, al decir que Asfura es el “único verdadero amigo de la libertad en Honduras”, está enviando un mensaje directo a los votantes: cuando los regímenes autoritarios avanzan, no lo hacen con tanques, sino con votos. Y cuando llegan, se quedan.

Honduras no puede darse el lujo de convertirse en otro capítulo de esa historia.

Este domingo, los hondureños decidirán entre dos caminos: el de la libertad económica y democrática que aún puede corregirse, o el de la tentación autoritaria que, una vez tomada, rara vez tiene retorno. Trump ya ha hecho su lectura estratégica. Ahora corresponde al país decidir si la comparte… o si prefiere aprender, como tantos otros pueblos, el costo de ignorarla.