En la aldea de Río Abajo, un ritual se repite cada mañana, marcando el inicio del día para maestros y alumnos por igual. El sol apenas asoma por el horizonte cuando comienza la travesía hacia la escuela Manuel Bonilla, un viaje que implica más que simplemente caminar varios kilómetros. Es un acto de valentía, de determinación, y a veces, de pura supervivencia.
El paisaje se tiñe de nostalgia y de sacrificio mientras estos valientes pioneros, armados con libros y sueños, se aventuran en un sendero desafiante. Pero su mayor obstáculo no es la distancia, sino un curso de agua que, aunque tranquilo en verano, representa un peligro latente. Una quebrada que se interpone entre ellos y la educación que anhelan.
En el municipio de Jocon, los pobladores claman por un puente de hamaca que les permita cruzar con seguridad este pequeño río. Sin embargo, mientras esperan la atención de las autoridades, la vida continúa y el deber llama. De lunes a viernes, sin falta, los estudiantes y su maestro emprenden su odisea matutina.
El cruce del río se convierte en un acto de cooperación y solidaridad, donde cada piedra colocada estratégicamente sobre el tronco improvisado es un símbolo de esperanza. Mano a mano, corazón a corazón, niños y niñas desafían al destino y avanzan hacia la escuela, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que se interponga en su camino hacia el conocimiento.
En compañía de su maestro, estos jóvenes héroes de la educación no solo cruzan un río, sino que desafían las adversidades con valentía y determinación. Su sacrificio diario no solo es un tributo a su deseo de aprender, sino también un recordatorio de la fuerza del espíritu humano cuando está impulsado por la búsqueda del conocimiento y el anhelo de un futuro mejor.