Por el camino que vamos, no se extrañe si mañana nos exigen portar una boina roja para entrar al aula. El Congreso Nacional ha aprobado una ley que, bajo la noble bandera de enseñar sobre José Francisco Morazán, nos cuela con calzador un librito que haría sonrojar al mismísimo Fidel Castro: “El Golpe 28 J: Conspiración Transnacional, un Crimen en la Impunidad”.

¡Y que nadie se atreva a no leerlo! Porque ahora será parte obligatoria del plan educativo en las escuelas básicas y medias del país.
¿Educación histórica o lavado cerebral con tinta y papel pagado por el pueblo? La línea es tan delgada como el hilo que sostiene la democracia en Honduras.
Si Morazán se levantara, seguramente se volvería a morir al verse convertido en coartada de una campaña propagandística disfrazada de formación cívica.
Porque lo que se vende como cátedra Morazánica, en realidad parece un modelo de reeducación política inspirado en los manuales de adoctrinamiento de La Habana o Pyongyang.
En lugar de fomentar pensamiento crítico, la ley ordena imprimir y distribuir masivamente un libro de visión única —escrito con la tinta oficialista de quien hoy maneja el poder— como si de una verdad absoluta se tratara.
Y por supuesto, la Empresa Nacional de Artes Gráficas (ENAG) será el brazo ejecutor de esta nueva misión ideológica, mientras la Secretaría de Finanzas ajusta el presupuesto no para comprar pupitres o mejorar escuelas, sino para garantizar que el librito llegue hasta la última aldea.
Así, en plena crisis educativa, con techos cayéndose y estudiantes sin internet ni maestros estables, lo urgente para el Congreso es que los niños memoricen lo que dice un solo libro, aprobado por una sola visión, en nombre de un solo partido.
Todo esto, por supuesto, “para que los hechos no se repitan”. Y con eso se refieren al golpe, claro está. Pero, ¿y si el verdadero golpe es al pensamiento libre?
No estamos en contra de enseñar historia.
Al contrario: que se enseñe toda, la completa, la incómoda también. Pero que el aula no se convierta en trinchera ideológica. Que no se repita el pecado de los regímenes autoritarios que creen que dominar la mente de los niños es garantizar el futuro de sus revoluciones.
Porque educar no es imponer, y una democracia no se defiende con discursos únicos, sino con libertad para cuestionar todas las versiones, incluso la del poder.