Los nadie, los anónimos

Opiniones

Por Rolan Soto

Los nadie, dijo David en un comentario de Facebook, cuando comenté sobre el pesar que da la partida de “Cablote”.

Los desamparados.

Me entero de la muerte de “Cablote”, y pienso en el desamparo, en la marginación, en el abandono.

Cablote recorría kilómetros de la ciudad de Olanchito. De dónde vino, no sé. También recuerdo a “Rayuela”, asiduo visitador del templo San Jorge de Olanchito, de dónde vino, no sé, qué lo llevó a vivir y sostenerse con un solo pie, tampoco sé.

Todavía anda por ahí el famoso “avioneta”, de dónde es, no sé, qué lo llevó a su trotamundez, tampoco sé, así como tampoco sé de dónde apareció el tunante “Limón” y su amor “Blanca”. Sepa qué fue de “Lolo”, Ever…

En fín, son lo anónimos, los sin casa, los desamparados, los marginados, los abandonados. De ellos sólo quedará su inmortal recuerdo y el retrato del pincel de Ariel Cárcamo.

Sin nombre, sin casa, sin sustento.

Son ellos y ellas el retrato del desamparo de muchos y muchas hondureñas.

FIN del Post.

Recuerdo que mi hermana abrió una tienda de ropa americana en la Col. Libertad Sur, cerca de la “Terminal de Buses Cotol”, a tres cuadras, media cuadra a la derecha. Así se dan las referencias en Olanchito, pues pocos sabemos el nombre de avenidas…

Mi mamá, Alicia López, estaba en la sala, espacio donde se exhibía la ropa de segunda. “Cablote” entró, se arrodilló ante mi madre, y le suplicó por unos pesos, aduciendo que tenía una enfermedad terminal. En ese momento no creí tal versión, no sé si mi mamá tampoco. Ella sólo lo escuchaba y aseveraba las afirmaciones de Cablote. Yo lo había visto tanto y escuchado tantas versiones de su estrategia para pedir que ya tenía mis prejuicios respecto a su necesidad. No recuerdo si mi mamá le dio un peso o más. Eso pasó entre los años 2009 y 2013.

Regresé de México en 2022 y Cablote seguía en función, caminaba muchos kilómetros del pueblo de Olanchito. A mi parecer, la misma contextura: alto, sin cuzquear; mismo peso; mismo hablado, no le temblaba la voz. Pero viendo la representación de pintor Ariel Cárcamo, sus ojos lagrimean, veo una cascada de sufrimiento, una vidriosidad que corroe su alma (vea imagen inserta anteriormente).

No sé quién es, no sé quiénes saben quién es. Su procedencia, su nombre, no sé. Así es el desamparo.

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