Olanchito de antaño: cuando la Municipalidad se alzaba entre hogares de barro, ceibas y caminos de tierra

Cultura

En sepia (color de la fotografía), como si el tiempo hubiese sido pintado con pinceladas de memoria, una fotografía nos transporta al corazón de Olanchito en sus años más tempranos del siglo XX.

Allí, al centro de la imagen, se impone con dignidad el antiguo edificio municipal, erguido sobre sus once columnas, símbolo de los once municipios del departamento de Yoro que encontraban en esta ciudad un punto de encuentro, gestión y destino.

La imagen, posiblemente tomada entre 1900 y 1925, retrata una Olanchito serena, todavía sin el bullicio de las calles pavimentadas ni el ajetreo de los automóviles.

Frente al edificio, un angosto sendero de tierra marca el paso de los vecinos, y a su lado crece majestuoso un árbol de ceiba, como guardián natural del naciente poder local.

Ese mismo árbol —como si la historia lo hubiese sembrado a propósito— daría paso décadas más tarde a la glorieta del parque central, que hasta el día de hoy adorna el corazón de la ciudad.

Junto al edificio municipal, en lo que hoy funciona como estacionamiento, se alzaba una modesta vivienda, una de tantas que formaban la humilde pero entrañable arquitectura del Olanchito rural. Más allá, casi en la esquina derecha de la imagen, se vislumbra la casa donde nació Ramón Amaya Amador, el periodista y escritor que daría a Honduras una voz crítica y combativa.

Hoy, ese mismo lugar es un restaurante local, pero la memoria no se borra: allí se gestó una parte vital del pensamiento hondureño.

La imagen es más que una fotografía; es un testimonio de la sencillez de aquellos días, donde los edificios no eran de concreto armado, sino de sueños. No hay postes de luz ni adoquines, solo tierra, madera y voluntad. Una postal que nos recuerda que Olanchito, incluso antes de convertirse en una ciudad pujante, ya tenía alma, historia y gente que construía futuro a paso firme sobre el barro.